RELATO (continuación): Karuna y la fórmula yóguica


La incertidumbre de Karuna no le hizo cejar en su empeño, y prosiguió su búsqueda, con la confianza de que, a su debido momento, de aquel desconcierto que atravesaba saldría alumbrado un aprendizaje.

Cuando el alumno está preparado, aparece el maestro”- reza el proverbio zen. La enseñanza aparece para el alumno cuando éste se halla en condición de asimilarla. No hay atajos en el sendero del auto-conocimiento, sus ritmos son inexpugnables, y nada habilita al caminante a sortear un pequeño tramo del proceso.

Humilde, amable, luminoso, apareció el maestro, con su ejemplo sencillo y amoroso, y con propuestas de lectura de los textos clásicos e invitaciones a la reflexión, hizo las enseñanzas comprensibles para Karuna, acompañándole hasta dilucidar él mismo el rumbo que debía adoptar su práctica.



El maestro expuso los obstáculos enumerados por Patañjali en el sutra I.30, e invitó a sus alumnos a reflexionar sobre los mismos. Karuna identificó bhranti darsana, la visión errónea, como uno de los principales obstáculos con los que estaba tropezando. Confundir algunos progresos o experiencias con una especie de culminación o samadhi es consecuencia de la arrogancia espiritual, y cuando ésta emerge hemos de reconocerla sin más dobleces, como una debilidad consustancial a nuestra condición humana, y aplicar cuanto antes el antídoto de la humildad.

El maestro presentó otro concepto que a Karuna le había pasado inadvertido, los Klesa o impurezas de la mente, expuestos en el sutra 2.3 de Patañjali, y dio unos días a sus alumnos para que los tomaran en consideración, tras los cuales Karuna dedujo que, absolutamente de todos ellos, estaba su mente aquejada; Raga, el deseo y la expectativa, campaba a sus anchas. En un ejercicio sincero de auto-observación, reconoció el acecho del deseo de liberación y que los apegos que había desarrollado eran múltiples: apego a las experiencias extraordinarias, a sus avances en la práctica de asana, a las teorías y al conocimiento intelectual; todas ellas meras herramientas, pero a las que Karuna se había apegado y, del mismo modo en el que Buda narra en su parábola de la balsa, portaba cual pesada carga sobre su espalda.
Dvesha, otro de los Klesa, que es la aversión hacia las experiencias dolorosas, le hizo recordar a Karuna las palabras del sabio Ramiro,“¡Cuánto sufrimos por no querer sufrir!”, y es que el objetivo de la práctica no es combatir totalmente el sufrimiento, que en cierto grado es inherente a nuestra vulnerabilidad humana, inevitable y escapa absolutamente de nuestro control, sino paliar ese otro sufrimiento que es consecuencia de la ignorancia y olvido de nuestra verdadera naturaleza.

Dada la indudable presencia de Klesa, Patañjali se mostraba claro en el camino a seguir, dejando a un lado, al menos de momento, el primer capítulo o Samadhipadah, y abriendo su capítulo II, Sadhanapadah, con el Kriya Yoga o Yoga de la acción purificatoria, como vía más indicada para ese común de los mortales no dotados de una mente contemplativa, entre los que por supuesto se encontraba Karuna, y que necesitaban de sus tres componentes- Tapas, Svadhyaya e Isvara Pranidhana- para atenuar dichas aflicciones o impurezas.

Tras las lecturas y reveladoras exposiciones de su generoso maestro, Isvara Pranidhana se manifestó con profunda significación. La carencia de esta actitud había llenado últimamente de tribulaciones el camino de Karuna, quien,
conmovido por su comprensión,
de puro gozo se rendía,
y colmado de gratitud,
entonó esta oración:

Uno las manos en el centro del pecho,
inclino ante tí mi cabeza,
exhalo, de conquista o logro, toda ilusión.
Mi sadhana convierto en ofrenda.

La complejidad desaparece.
A tus pies,
sólo paz, liviandad.
El yo se desvanece.

Agradezco. Todo acepto.
¿Quién soy yo para enjuiciar?
Cada cosa su razón de acontecer tiene,
aunque no la alcance a vislumbrar.

¡Oh, Suprema Sabiduría!
Conviértete en destello,
¡Sé rayo!
Y la nube de mi ignorancia
atraviesa de tanto en tanto.



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